10 de abril de 2011

Publicado en el diario El Día de La Plata 10/04/2011


La docencia de todos los desafíos 

Unas 13 mil maestras bonaerenses le ponen el cuerpo y el alma a la enseñanza de chicos discapacitados. Las "escuelas 500", por dentro

Clic para ampliarMucho se habla de un tiempo a esta parte de la vocación docente. Que antes las maestras enseñaban por verdadero apego a la profesión, dicen algunos. Que ahora también, lo que sucede es que han tomado conciencia de que son trabajadoras, señalan otros. Pero hay lugares donde la línea que separa el trabajo del amor por la tarea diaria se esfuma por completo. Son las "escuelas 500" -como se las conoce en el ámbito educativo- o especiales. Allí, unas 13 mil maestras bonaerenses le ponen el cuerpo y el alma, cada día y sin guardarse nada, a la empresa de mejorar la vida de niños y adolescentes que padecen distintos tipos de discapacidad. Y en muchos casos, no sólo deben lidiar con la patología de sus alumnos, sino con familias desestructuradas en barrios de altísima vulnerabilidad social. Otros colegios, otra docencia, una dura pero "maravillosa" -subrayan ellas- elección de vida.
Chicos discapacitados y pobreza se conjugan en la Escuela 502, ubicada en 39 y 127. Los integrantes de la comunidad escolar la bautizaron "Padre Carlos Cajade", por lo que trabajó por lograr el edificio propio y porque muchos niños del hogar que fundó fueron o van a ese colegio. En total son 254: 55 asisten al servicio de atención temprana -de 0 a 3 años-; 82 cursan en la sede; 76 están en integración en centros educativos comunes, y 41 en formación laboral. Desde 2010 atiende a discapacitados intelectuales, sordos y pequeños con trastornos emocionales severos.
Julieta Gogliormella (38) hace 12 años que trabaja en la Especial 502. Fue maestra de grupo y también integradora. Cuenta que "primero hice el profesorado de primaria, y luego el de retardo mental", un proceso que vivió con absoluta naturalidad. "Mi mamá era asistente social del colegio, y siempre me traía junto a mis dos hermanas", recuerda. ¿Y de pequeña cómo lo vivías? "Con gusto. Me sentía muy cómoda. Compartía paseos y colaboraba en otras actividades", sonríe Julieta.
A su lado está Tamara Sparti (40). "Mi historia es casi al revés que la de Julieta. Como licenciada en Psicología trabajaba en una oficina y en consultorio. Pero sentía la necesidad de cambiar. Siempre tuve la idea de que uno debe reinvertir en lo público, y opté por la educación. Cuando fui a hacer el trámite, enseguida me dijeron: 'mirá, hay un cargo de integradora en la 502'. Llegué y me empezó a seducir el trabajo. Mucho. Tanto que luego hice distintos recorridos, pero quería volver a la educación especial. Entonces renuncié a un cargo para regresar... Me enamoré", confiesa, y también sonríe, como Julieta.
"HUMOR Y AMOR"
Clic para ampliarUn hecho que llama la atención es que las maestras que trabajan en un ambiente tan duro como lo es la educación especial siempre sonríen. Transmiten alegría, pese a que si se les pregunta por el momento o los momentos más difíciles que les tocó vivir, responden: "cuando muere un chico". Y Julieta y Tamara recuerdan "dos casos". Cuando se les hace notar esa característica, se miran, dudan, quizás porque se trata de su trabajo cotidiano. Hasta que responden que "una va desarrollando anticuerpos, y los mejores son el humor y el amor", enfatizan.
¿Cómo se sobrellevan situaciones de ese tipo? "Nos ayudamos mucho entre nosotras. Hablamos, nos escuchamos. Es que hay que seguir adelante, porque se debe, al mismo tiempo, contener a los compañeros, que sienten el impacto, y a las familias".
"Una escucha muy a menudo cosas como 'qué trabajo duro' o 'yo no lo soportaría'. Lo que pasa es que aquí uno se encuentra con la parte de la realidad que gran parte de la sociedad no quiere ver. Más aún en una escuela como ésta, donde a las dificultades de la discapacidad en sí se le suma la pobreza", describe Tamara.
"Es que se ven realidades y se escuchan cosas muy, muy distintas de lo que uno ve o vive a diario", añade Julieta, quien no deja de resaltar que su madre -hoy directora de la escuela- desde pequeña le inculcó los valores de la igualdad, la dignidad y el valorar al otro, pero "siempre de la mano de la calidad educativa", realza.
DOS MIRADAS
Liliana Goñi hoy es inspectora, pero fue la primera directora de la escuela. "Se pueden hacer dos miradas -dice-. Una es ver la discapacidad limitándose al sujeto. La otra, más amplia -remarca-, es la de una sociedad que tiene la discapacidad de no saber cómo abordar a sus integrantes diferentes".
Respecto del trabajo, casi exclama: "es un desafío profesional único y maravilloso, porque obliga a poner en juego los saberes propios y, al mismo tiempo, la capacidad de afecto, las limitaciones y los marcos ideológicos de cada uno. Es allí donde descubrimos la disposición de ayudar a los niños en sus trayectos de vida para lograr la igualdad de oportunidades".
Con 4 años en la escuela, como psicóloga y luego de pasar por distintas modalidades de la enseñanza, Tamara opina que "en comparación con otras instituciones, a mi me parece que una maestra especial es puramente vocacional; nunca puede pensar en dedicarse a ésto desde un punto de vista laboral", dice.
¿Y las alegrías? "Son muchas; tienen que ver con los pequeños logros cotidianos", señala Liliana. "Es un trabajo tan duro como gratificante -apunta Julieta-. Luego de recibir a chicos que vienen de tantos fracasos escolares y personales, el hecho de que hoy por hoy haya tres haciendo pasantías como ayudantes de preceptoría en el jardín de infantes de El Carmen es un orgullo enorme", cuenta y enfatiza: "sin embargo, lo principal es el cariño que una recibe; eso es impagable".
"A mí, como postal, me quedan las fiestas. El armado y la expectativa con que los chicos las esperan", expresa Tamara. En tanto, la directora, Matilde Lavalle, apunta que "acá hay problemas sociales muy grandes. Pero lo importante es cuando se logra que la familia mejore junto con el chico".

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